lunes, 12 de marzo de 2018

Siglo XXI nº 32

Mes histórico, este de marzo de 2018, frío y lluvioso, destemplado. España se estremece por muchas razones que no son solo climáticas. El Estado y el Capital agitan sus banderas con la prepotencia propia de aquellos que no esperan resistencia. Son los dueños de los medios de comunicación, poseen un ejército de policías y militares a sus órdenes, tienen en nómina a partidos y sindicatos institucionales (UGT-CCOO), han generado leyes (Reforma Laboral, Ley Mordaza) ―que los jueces a su servicio aplican sin piedad― para generalizar la opresión sobre las asalariadas, a sabiendas de sus consecuencias deleznables. Aunque en la calle la visión sea parcial, según el conflicto que afecte a cada persona, en realidad el frente de batalla es global, su agresión lo es, afecta a todos los aspectos de nuestras vidas y por tanto la respuesta, de igual modo, debe ser global. La precariedad en el empleo se generaliza como un estándar de vida, el desarme del sistema de pensiones toma forma con el 0,25 % de incremento anual, mas no se queda ahí, avisan que las medidas restrictivas irán más allá y afectarán de forma decisiva a las próximas generaciones. Los asesinatos a mujeres se multiplican y la brecha salarial aumenta entre estas y los hombres (30%). Los accidentes laborales crecen. La libertad de expresión es papel mojado en sus manos, sus tribunales de orden público actúan a su antejo y lo mismo les da cerrar un periódico (Egunkaria), que retirar un libro de las librerías («Fariña»), que censurar una obra artística en ARCO («Presos políticos en la España contemporánea» de Santiago Serra), que meter a titiriteros en la cárcel (Compañía Títeres desde abajo); todo esto seguido de condenas a raperos (Pablo Hasel y Valtonyc, por ejemplo), twitteros (Cassandra Vera), gente que hace pintadas (Julen Ibarrola), independentistas gallegos o catalanes, anarquistas (Caso Pandora, Piñata o El Pilar) o sindicalistas como Ermengol Gassiot CGT), entre los últimos represaliados. Mientras, la banca aumenta de manera exponencial sus beneficios, el gasto militar se incrementa de manera oculta, la corrupción campa a sus anchas, la Iglesia sigue siendo el eje hegemónico que marca el paso ante cualquier actitud progresista que afecte a sus intereses, se refiera esta a la religión, la sexualidad o al patrimonio histórico esquilmado.

España es una finca en manos de los de siempre, los que se beneficiaron de la unidad española después de la reconquista y el ascenso al poder de los celebrados Reyes Católicos, los que acapararon haciendas y poder, crearon bancos e industrias y se conjuraron a mantenerse como dueños y señores de la piel de toro a toda costa. Hasta hoy lo han conseguido, ahí están, bien representados en el IBEX 35, en todo su esplendor.

A principios del siglo XX hubo una explosión revolucionaria orquestada por el anarquismo que el Estado sofocó a sangre y fuego. Ya entonces estaba claro, o al menos aquellas generaciones lo tenían muy claro, que la transformación social no pasaba por la lucha institucional dentro del Estado, porque el Estado era el problema. Ahora no quieren que ese cuestionamiento -que puso sobre la mesa el 15M («El sistema es el problema»)- se repita ni en su más nimia expresión, y para evitar cualquier tipo de contestación popular estrangulan nuestras vidas como lo que son: psicópatas sin escrúpulos.

Sin embargo, la Historia no ha muerto, a pesar de que tanto la pregonan, las contradicciones sociales generan tensiones que tarde o temprano reventarán en su cara. Si prohíben una obra de teatro en un lugar, la representaremos en cualquier rincón donde tengamos espacio para ello. Si censuran una obra de arte o escrita, la replicaremos para que llegue hasta el último de los hogares. Si cierran uno de nuestros medios de comunicación alternativos, abriremos mil más. Si nos encarcelan a una de nosotras con sus operaciones policiacas periódicas, seremos sustituidas por una multitud de hombres y mujeres que quieren escribir el presente y el futuro desde una contestación firme y transformadora, que persigue por encima de todo la extinción de toda explotación.

Hoy los pensionistas están en pie de guerra asqueados del trato que reciben después de toda una vida de trabajo y sacrificio. Las mujeres declaran una huelga general el 8 de marzo que reivindica una igualdad ninguneada a pesar de ser el cincuenta por ciento de la humanidad y las responsables de la existencia de la misma. Los sindicatos revolucionarios toman la calle, dejando clara sus posturas, y que es necesario organizar la resistencia para avanzar y poder pasar en el futuro a tácticas más ofensivas. El debate político abandona los parlamentos, aunque sea temporalmente, y vuelve a los barrios y a los tajos con una idea que flota en el ambiente: «No podemos seguir callando. La lucha es el único camino.»

Sumario
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